Un bote salvavidas

sabeUn bote salvavidas como tu boca, como los sonidos que reptan hacia el piso de arriba en busca de participar en los fragmentos de la novela que se construye cada noche en la tibia cama de este semidesierto que es tu casa, de estas escaleras tan obstáculo, de estas paredes blancas y tus lágrimas. Un bote salvavidas como tus muslos, como tus caderas que explotan entre mis manos y su vaivén que anuncia una lluvia de palabras tronantes, relámpagos que atizan en la tierra seca y tu cara, y tus labios ceñidos a mi espalda, a mis piernas, a mi pecho, a mi cuello. Y labios de narración donde hay un bosque conquistado por versos de poetas ciegos; poetas que cansinos arrastran en un idioma casi extinto terribles soledades e inoperantes estrofas. Un bote arrebolado que en el sol se vuelve histeria e inunda con su enrojecimiento mi piel que una vez te tocó y te supo, mapa y geografía de un discurso de un libro que ordena la vida y sus muertes. Un bote largo, canción de trovadores del sur de tu patria, un bote tan largo océano salvaje que traes con tus corrientes monstruos pintados por Paul Gauguin que en Panamá se cruzó con Hunter S. Thompson para emborracharse sobre el canal y tratar de detener en un instante toda la belleza (o sus fantasmas al menos). Un bote salvavidas como tu vientre en el cual me contengo y me salvo, y me salvo y me silencio y te descifro antes de que Caronte me eche por la borda. Un bote salvavidas como tu aroma y tu ofrecerme tu boca.